domingo, 4 de abril de 2010

un cuadro detenido en el tiempo

Tras finalizar esta azarosa Semana Santa, pude ver la cofradía del Polígono de San Pablo; Hermandad moderna que este Lunes Santo tuvo que refugiarse en San Pedro debido a la lluvia, por lo que hoy, Domingo de Resurrección, continuó su estación penitencial hacia su lejana capilla. Una muchedumbre congregada que había vencido al cansancio de los días anteriores, se dio cita para acompañar a su procesión desde la salida del improvisado templo. Entre marcha y marcha, entre cientos de nazarenos sin túnica y con medalla, la cofradía penetró en la calle Jaúregui con la gente agrupada en las aceras e inundando las hileras de los sonrientes hermanos, quienes a trancas y barrancas se esforzaban por avanzar. Durante algunos instantes me volvió a invadir el pesimismo que en estos días tan especiales me ha traído esta invasión de visitantes, que acaparando las calles, impiden a los que vivimos desde siempre en el Centro, podamos tener una Semana Santa medianamente tranquila, tal y como la teníamos hace algunos años. Y cuando lo veía todo perdido, pasando la Puerta Osario, de repente me hallé con una amplia y despejada María Auxiliadora. Al principio no salía de mi estupor hasta que mis ojos comenzaron a jugar con el espacio en derredor. Y no importó el día, ni qué cofradía pudiera estar alli en aquel momento. Durante muchos minutos, una nueva estampa se transformó en algo que pudo suceder en otros lugares décadas atrás, ya que la amplitud del bulevar unida a unos cientos de seguidores me trasladó a un marco añejo, auténtico. Mientras el Sol lució entre las aún genuínas fachadas de otros tiempos perdidos no tan lejanos, filtraba su rosario de luz entre las varas de un sencillo palio, iluminando a María. Había asistido a un pequeño milagro que me transportó a aquella niñez, y que no era otra cosa, sino sencillamente de disfrutar de un paso.

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